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Deliciosos platillos mexicanos

¿Se te antoja una concha de chocolate?

sábado, 23 de enero de 2010

Conchas



Antes de que empiecen de mal pensados, quiero que vean esta foto de arriba: eso es una concha. Hoy, compartimos una receta del buen Ben, algo muy típico para la merienda de hogar mexicano.

¿Crees que es imposible de realizar? ¡Sólo sigue las instrucciones y cuentanos cómo te fue! Les dejo a Ben:

A los mexicanos nos encantan los panes dulces. Una taza de café acompañada con una pieza de pan dulce por las mañanas es casi una institución en nuestro país. En la monstruosa ciudad de México hay panaderías por doquier. Recuredo que cerca del restaurante de mis padres había tres panaderías en un radio de 1 kilometro. La que se encontraba a un lado del restaurante era propiedad de un español que llegó a México en los tiempos de Franco . Lo recuerdo vívidamente porque el tío me atemorizaba. Era un hombre muy grande (o quizá así yo lo veía a esa tierna edad) con una voz de trueno y un genio de los mil demonios, pero el pan que preparaba era siempre de la mejor calidad.

La historia de esa panadería resume la historia del arte de la panadería mexicana. Durante siglos ha sido moldeada con contribuciones de muchas culturas, española, francesa, del medio oriente y hasta china. Hoy (de acuerdo a Jane Milton, quien escribió el libro de recetas Mexican Cooking, The Authentic Taste of Mexico), las panaderías mexicanas se pueden comparar con cualquier europea. Yo nunca he visitado Europa así que no puedo compararlas, pero lo que sí puedo decir es que las panaderías mexicanas, fila tras fila, están llenas de deliciosos panes que son un paraíso para un amante del pan como yo.

Conchas
Lo que más me gusta del pan mexicano son sus nombres, tenemos besos, calzones, cuernos, trenzas, corbatas, pellizcadas, mufins (una reciente introducción del vecino del norte) entro muchos otros. Pero quizá el más popular de todos son las Conchas, un pan redondo con una cubierta de azúcar que por su forma se parecen a las conchas marinas. Cuando preparé champurrado la semana pasada se me antojaron unas conchas por lo que hice una búsqueda en Google y encontré esta receta.

Yo sólo hice la mitad y me salieron 6 panes, muy ricos por cierto. Para la cubierta añadí 1 cucharada de cocoa en polvo para hacerla de chocolate y un poco de canela molida para darle un poco de consquilleo a la lengua. En esa receta se les olvidó mencionar a cuántos grados y por cu+anto tiempo se hornea, así que yo lo hornee a 200° C durante 30 minutos. Sólo tienes que mantener un ojo en el horno para cuidar que no se queme. Y después sólo te queda disfrutarlo con una taza de chocolate caliente o café.


Conchas
¡Buen provecho!

Los secretos sin tiempo de Baja California Sur

martes, 19 de enero de 2010

Pinturas Rupestres de la Sierra de San Francisco, BCS


Por: Real-X

¿Qué es lo que se siente perderse en el tiempo y el espacio? Estar en un lugar donde se pierde por completo la relación del tiempo de la manera en la que los humanos hemos aprendido a medirlo. Un lugar donde hace mucho a alguien se lo olvidó darle cuerda al viejo reloj de pared; donde la majestuosidad de la naturaleza se conjunta con la belleza que es capaz el hombre de hacer, eso es lo que se siente viajar por esta región del noroeste del país.




En la península de Baja California Sur, cerca del pueblo y la misión de San Ignacio se eleva la Sierra de San Francisco en donde hace más de 1500 años atrás sus moradores quisieron dejar un apunte de su visión de la vida al pasar por esta región. Pero para poder hacer contacto con este pueblo milenario es necesario solicitar un permiso ante el Instituto Nacional de Antropología e Historia, INAH, en cualquiera de sus oficinas de BCS. Posteriormente es necesario contratar los servicios de un guía que nos va a llevar por caminos inhóspitos



Mi viaje comenzó en la oficina del INAH en San Ignacio, BCS, donde se encuentra una de las misiones que vinieron a construir los Jesuitas por toda la península. (En alguna otra ocasión haré esa ruta).

Ahí mismo anduve unos cuantos kilómetros los viejos caminos que usaban los antiguos peregrinos religiosos para llegar a cada uno de sus puestos oratorios, respirando el aire místico de aquellos tiempo agrestes. Una vez pagados los permisos y arreglado lo del guía, me dirigí a la carretera transpeninsular para poder agarrar “raite”, como le dicen por allá, para que me lleve a la desviación que me llevaría a mi contacto con mi guía, al poblado de Santa Marta, al cual llegué después de una caminata a través de territorio árido de 33 kms, con mochila al hombro que prácticamente estaba copada por garrafones de agua, muchas frutas secas, barras de granola, chocolates y nueces, mudas de ropa interior para todo el viaje, la tienda de acampar y bolsa de dormir, sombrero de ala ancha para protegerme del inclemente sol del desierto y un bastón para caminar.


Como no logré salir a tiempo de San Ignacio y me sorprendió la penumbra a medio camino, llegué a una ranchería donde muy amablemente me dejaron acampar y hasta me compartieron de su cena, frijoles y queso de cabra, yo les compartí de algunas nueces de la india y orejones que llevaba. Me prestaron una colchoneta para mitigar un poco el rocoso terreno que poseían y dónde había asentado la tienda de acampar.

Al día siguiente muy temprano levanté el campamento improvisado y me dirigí ahora sí al pueblo de Santa Marta. En este trayecto de caminata descubrí lo que en verdad significa encontrar el último refresco de cola frío en el desierto. Me dieron un aventón de unos 7 kms en donde me regalaron tal refresco que venía helado gracias a una hielera que traía en la camioneta y yo ya estaba harto de tomar “té” de los garrafones calentados por el sol que llevaba a mis espaldas, de verdad que aprecié ese helado invento del hombre blanco como nunca antes lo había hecho.

Después de una parada momentánea para recoger un revolver que el conductor había escondido en alguna parte del desierto para “espantar” a los “leones”, seguramente pumas, que atacaban a su ganado caprino llegamos a mi destino intermedio.




Una vez localizado al contacto del INAH en el lugar conocí a mi guía Manuel Ojeda Arce y una vez arreglado el asunto de las comidas, en donde cada uno iba a llevar sus propios alimentos y se le pagaría un extra por esto mismo (la otra opción es que uno lleve también alimentos para el guía, pero creo que me iba a mentar la madre si le ofrecía nueces y barritas de granola durante 5 días que duraría mi internamiento al cañón).  En cuanto al trasporte está la opción de rentar mulas, tanto para montar como para llevar el equipaje, pero como desde un inicio este iba a ser un viaje de autodescubrimiento y medición de mi fortaleza interna y resistencia física.

Estaba decidido que yo me lo iba a echar todo el camino caminando y con la mochila a cuestas, unos 30 kg aproximadamente. Emprendimos el camino hacia el Cañón de Santa Teresa donde se encuentran la mayor cantidad de cuevas pintadas de la región.




El camino al Cañón de Santa Teresa también tuvo su magia y belleza, ya que llega un momento dado en el que si uno llega a lo mas alto de la sierra puede ver de un lado el Mar de Cortés y del otro el Océano Pacífico dándole la magnitud de la anchura de la península de Baja California. Fuera del típico paisaje de desierto de allá, con biznagas, cactos con su pitahayas, órganos y algunos arbustos de hojas pequeñas no encontramos realmente fauna, ni borrego, venado, ni los famosos leones. Aunque para la persona que le gusta el paisaje desértico y montañoso todo aquello le presentaba una hermosa postal digna de acabarse un rollo de película en esa entonces o toda la capacidad de la tarjeta de memoria de ahora.



Durante el trayecto le pedí a mi guía algunas cuestiones prácticas de cómo sobrevivir en el desierto, sobre todo de cómo sacar agua de los órganos y cactos, cosa muy útil por si decía tirar mis 20 kilos de agua que traía cargando en la mochila.

En esta caminata me mostró algunas de las primeras pinturas que vi en ese viaje y aunque un poco borrosas representaban figuras humanas y algunos animales, que en su momento no me resultaron tan maravillosas como las había esperado observar desde hace siete años, que había sido la primera vez que pasé por este lugar.




Poco a poco fuimos ascendiendo la sierra hasta que llegamos al Pico del Águila el lugar más álgido de la sierra y de donde se tiene una visión general de toda la majestuosidad de la Reserva del Vizcaíno. Y comenzamos el camino de descenso hacia el Cañón de Santa Teresa donde acamparíamos y de ahí nos iríamos a explorar las distintas cuevas de la región.

Mientras más bajaba uno al cañón y se internaba en sus elevadas paredes el paisaje desértico árido se iba entremezclando con un paisaje desértico pero de los que se alcanzan a observar alrededor de los oasis y poco a poco el oído nos mostró el motivo de esta transición al percibir leves sonidos de agua corriente, sí abajo en le fondo del cañón corría un riachuelo que en época de lluvias se convierte en un importante río. Fue un viaje de un día para poder llegar el cañón donde acampamos pero al fin pudimos poner el campamento y descansar de la larga caminata, al día siguiente escalaríamos los riscos del cañón para poder llegar a La Pintada, la principal cueva de la región por su extensión, aproximadamente 150 mts de paredes pintadas.



Por fin al amanecer y después del desayuno emprendimos el camino hacia La Pintada, que se encuentra a unos 60-80 mts de elevación sobre el fondo del terreno, una pendiente no muy complicada para escalar, pero donde siempre un paso en falso puede provocar una pequeña catástrofe. Antes de comenzar le ascenso descubrimos un pequeño chorro de agua cristalina que brotaba de la pared y decidí probarla, fue el agua más fresca y deliciosa que jamás haya probado, lo que me hizo tirar todo el agua embotellada que llevaba en ese momento para rellenar la botella.




Ya una vez arriba uno no puede mas que dejarse envolver por suntuosidad del lugar... Observar ese espectáculo lo deja a uno sin aliento y sin poder pronunciar palabras que puedas describir tan sensación al echar la cabeza hacia atrás para poder ver las pinturas que se encuentran entre 3 y 8 metros de altura aproximadamente, del piso de la cueva, tratando de imaginarse lo que los antiguos pobladores tuvieron que realizar para poder alcanzar tales alturas, pertenecientes a la familia yumana que hablaban lengua cochimí y que según estudios con radiocarbono poblaron esta región entre 10’000 años A.C. y 1650 D.C., cuando llegaron los misioneros españoles a la zona, aunque algunos investigadores afirman que las primeras pinturas datan de hace unos 4000 años otros estudios con radiocarbono registran que algunas de las más antiguas pinturas alrededor del 1690 A.C.. Hoy en día estas familias están extintas.

Después de varios minutos de muda contemplación de ir y venir a lo largo de la cueva, de tratar de explicarme aquellas siluetas humanas en algunos casos bicolor, los colores predominantes son rojo y negro, con las manos levantadas y decoradas las cabezas con penachos y de distinguir los distintos animales representados, que corresponden tanto a animales terrestres (venados, borregos cimarrón, liebres, serpientes), como marinos (leones marinos, ballenas) o aéreos (águilas y otros depredadores aéreos), saqué mi cámara fotográfica y cuál va siendo la sorpresa de que después de la primera exposición se traba la cámara y deja de funcionar, cabe mencionar que en aquella época una cámara digital era algo todavía muy costoso e inalcanzable para algunos, por lo que yo llevaba una cámara Advantix. Luego de unos instantes de tratar de revivir el aparato, no me quedó más remedio que hacerme a la idea de que todo los registros visuales de mi viaje los llevaría en la memoria y me dispuse a admirar largo rato las pinturas para que se me quedara impresa la imagen en la retina y se conservara en la memoria visual, recostado en el piso de la cueva mantiene un estado de exaltación y tranquilidad, justo al lado de los morteros improvisados para poder pulverizar los elementos para formar los pigmentos que dan vida a tan maravilloso espectáculo.




Afortunadamente después de un rato volví a probar suerte con la cámara y en esta ocasión funcionó pudiendo mantener un archivo fotográfico de las pinturas y así recorrimos distintas cuevas entre ellas Las Flechas y Las Águilas, en donde en la primera la mayoría de los animales tenían flechas atravesando sus cuerpos probablemente realizado como un ritual para poder tener bonanza durante las jornadas de cacería. No hay una teoría que pueda englobar todos los significados que pudieran haber tenido en la antigüedad estas pinturas, pero se cree que hay chamanes y gobernantes representados, no está claro si es su memoria pictográfica o son rituales de prosperidad, lo que sí es que en 1993 la UNESCO las nombró Patrimonio Cultural de la Humanidad.




Para todo el que le guste el ecoturismo, acampar y las carencias de servicios, esta es una maravillosa experiencia que hay que vivir. Lo ideal es organizarse varias personas para poder solventar más fácilmente los gastos, ya que los guías cobran por travesía y no por número de personas, así vaya una o diez. Yo hice este recorrido en 5 días, dos de traslado y tres que nos quedamos acampando en el fondo del cañón, pero pueden ser más o menos días, se pueden decidir qué cuevas visitar, cuales saltarse ya que se han localizado más de trescientos sitios en esta Sierra de San Francisco.



Como última anotación para los que quieran hacer este recorrido les podría recomendar una película de Carlos Bolado llamada Bajo California, el límite del tiempo, donde se pueden dar una idea de lo que este viaje puede significar y representar.

¡Nueva imagen por fin!

domingo, 17 de enero de 2010


Después de mucho buscar y no encontrar... por fin vi algo que me gusta. Aunque todavía hay que trabajar con el header (No sé cómo hacerlo), la verdad es que se va acercando a lo que quiero.

¿Qué les parece?

Ahora, para la nueva temporada, arrancaremos con algo que les encantará: Los Cabos.

Mientras tanto, ¿dudas, quejas comentario?

¡¡¡Bienvenidos, entonces!!!!